La historia de América, la cultura y la producción tienen cita alrededor de la Ruta 40 tucumana

“2021 – Año del Bicentenario de la Fundación de la Industria Azucarera”

 

Los apasionados de las travesías ruteras tienen en la Ruta Nacional 40 en Tucumán, la mayor concentración de sitios arqueológicos, emprendimientos productivos y hasta parte de la Ruta del Vino donde está la única bodega administrada por un pueblo comunitario: Los Amaicha. Cultura, naturaleza y aventura en un recorrido de culto por los Valles Calchaquíes.

 

 

El sueño de muchos es transitar de punta a punta los 5200 kilómetros de la mítica Ruta Nacional 40, pero pocos advierten que en su tramo más pequeño el de los 41 kilómetros en suelo tucumano, se abarca la historia de América, la cultura ancestral y la vanguardia en emprendimientos productivos que hasta incluyen la Ruta del Vino de esta provincia.

 

 

Cultura viva: Es lo que el viajero percibe cuando une cada pueblo y sus hacedores en la Ruta 40 tucumana. Desde Ampimpa, El Pichao, Amaicha del Valle, El Bañado, Talapazo, Quilmes y Colalao del Valle o a los propios Quilmes que mantienen hoy su asentamiento. No son pueblos con el diseño español de la plaza central y los edificios públicos, sino que las casas se mantienen con sus tierras y una amplia superficie. Todos junto a “La 40”, la historia de América en un viaje hacia nuestros antepasados.

Desde San Miguel de Tucumán, hasta la localidad de Acheral verá los campos que describe Atahualpa Yunpanki y que lo acompañarán hasta llegar a la RP 307, que serpentea mientras trepa y trepa y se hace selva de montaña. Una hora más, le llevará alcanzar otros pueblos con encanto de los valles Calchaquíes, al pie de la cordillera de Los Andes.

Durante la travesía hasta el abra del Infiernillo (3042 msnm) es interesante estar atentos a la señalética porque le va a llamar la atención algunos carteles ruteros que le indica parajes, por ejemplo, “La Heladera”. Tan solo descender del auto y acercarse el rinconcito, la temperatura es bajísima. Allí, no llega el sol y el frío es intenso, igual que la vegetación tupida que abraza al camino. El viaje es un sueño, por un momento la niebla es espesa por la humedad en la altura y al rato desaparece, mientras que en los días claros de cielos turquesas puede admirarse en todo su esplendor este paisaje de selva subtropical y bosque de alisos, donde brinda la bienvenida una escultura impactante: El Indio. Es el monumento al Chasqui, realizada por Enrique Prat Gay, amigo de Lola Mora, mide seis metros está emplazada sobre una base de diez metros y es imponente. Uno siente que está por fin en territorio de Tafí del Valle. En un instante cambia el paisaje, y se abre ante nosotros un manto aterciopelado de color verde que se pierde en el horizonte, donde un espejo de agua dibuja la silueta del dique en el abra La Angostura, es El Mollar y ahí nomás, está Tafí del Valle. Una villa turística joven, aunque su suelo relata la historia precolombina y más. El sin fin de opciones lo atraparán porque desde el paisaje, el microclima, la villa con sus alternativas de turismo aventura, deportes náuticos, senderismo, mountain bike y el recorrido por la ciudad con la ruta de los artesanos, son un encanto. Hay historia y mucha. De la cultura Tafí hasta la llegada del Inca (1470), los españoles (1543) y hasta los jesuitas de 1716 hasta 1777. Aquí podrá recorrer las estancias jesuíticas como Las Tacanas, Las Carreras y La Banda, hoy museo con su capilla que es Monumento Histórico Nacional mientras que en la histórica sala Los Cuartos, las hijas de Mercedes Chenaut diseñaron un centro de interpretación donde es posible recorrer las instalaciones originales con el mobiliario, la vajilla y hasta las prendas de la bisabuela en una visita al “Museo Experiencia”, un viaje a 1910.

Los quesos tafinistos, producción del lugar, son una tradición que hasta se puede conocer el proceso de la elaboración en diversos emprendimientos emplazados en el valle.

Mientras que, en otra de las estancias, Las Carreras, el hotel boutique con el diseño de textiles en su interior con ventanales hacia los cerros, y en el jardín interno es posible escuchar al atardecer el sonido del agua que corre por las acequias originales. Aquí, la gastronomía, la elaboración de quesos tafinistos y las actividades rurales y de turismo activo son imperdibles. Las cabalgatas, ofrecen desde conocer puestos de campo hasta travesías de medio día con picnic en la cima de los cerros y el senderismo, una invitación a vivir una experiencia en la naturaleza de la región. Las cabalgatas pueden ser de dos horas y media hasta cinco días que permiten acceder por las cumbres calchaquíes hasta San José de Chasquivil, donde se descansa dos jornadas en las Queñuas, una estancia de dos siglos, ubicada entre los cerros.

Muchos se acercan hasta la vecina localidad El Mollar, a tan sólo 15 kilómetros, porque allí está el “Museo Arqueológico a cielo abierto Los Menhires”. Son medio centenar de piedras talladas de hasta tres metros de altura que pueden pesar unas cuatro toneladas, muchos le llaman menhires y otros, los denominan monolitos. Presentan formas amorfas y geométricas en sus caras y se calcula que datan de entre los años 820 A.C y el 780 D.C. Las incógnitas prevalecen y atrapan al visitante que intenta develar en vano las mil y una preguntas al guía de sitio.

 

Amaicha del Valle

La ruta 307 desde Tafí hasta Amaicha del Valle exige concentración. Son unos 50 kilómetros, pero entre el paisaje y el asfalto hay que estar atentos. Llegamos hasta el famoso abra del infiernillo (3042 msnm) y desciende por la cuesta de Los Cardones, donde cientos de cactus gigantes que parecen bajar del cerro en procesión, se erigen como centinelas a la orilla del camino hasta llegar al pueblo.

Amaicha es uno de los lugares mágicos, que nos lleva hasta la traza de la mítica Ruta 40 en Tucumán. Cuando ingresamos por sus calles, en las antiguas casas podrán ver los dinteles de madera de cardón sobre las puertas y al llegar a la plaza hay un cartel que anuncia 365 días de sol y en otro está el croquis para seguir caminando.

 

En el vehículo propio o contratando un guía, la ruta del artesano que, incluye la visita a cada atelier y a cada taller con al autor de las obras que, en madera, cerámica, textiles o hasta plateros, trabajan en forma manual. El paisaje es sencillo, pero fuerte la historia que marca a una comunidad a la que le devolvieron la propiedad de sus tierras en 1716 mediante una Cédula Real del encomendero español. Y desde entonces, su base organizativa como pueblo es “comunero”, tienen un consejo de ancianos y un cacique y las tierras las trabaja cada familia, pero si se mantienen ociosas por más de dos años, las administra la comunidad. Otra de sus particularidades es que, si bien se celebra el día de La Pachamama el primer día de agosto, como en todas las provincias del Norte y de la Argentina, aquí, también cada mes de febrero se realiza el Festival a la Madre Tierra. Es en este festejo, en época de carnaval, cuando el pueblo se tiñe de color y costumbres ancestrales, que nos traslada a las raíces de este suelo norteño. La plaza se colma de un ambiente festivo. Alrededor de la plaza converge una feria de comidas y productos regionales, artesanos, agrupaciones musicales, delegaciones gauchas y bailarines. El evento prioriza a la mujer y distingue la sabiduría de la más anciana que es elegida como representante de La Pachamama. Además de la elección de la “Pachamama”, a la mujer más anciana del lugar, se elige a la Ñusta (que representa la fertilidad), al Yastay (deidad protectora de los animales) y al Pujillay (espíritu del diablillo del carnaval).

La riqueza de este suelo es de siempre. Fueron y son los valles calchaquíes, un territorio generoso, alimentado por los minerales de las areniscas, arroyos, vertientes y ríos que convierten a esta región en un sitio de producciones de excelencia. Será esta la razón por la que las primeras bodegas resaltaron su arquitectura con el telón de fondo de las montañas y se lucen inmersas en el paisaje típico de los valles. Un microclima equilibrado y un suelo purísimo hicieron que, los pimientos, los frutales, los pequeños ganados, sean el sustento y alimento de las gentes de estos lugares. Pero, sobre todo, la uva tucumana para vitivinificación, es hoy parte de la vanguardia productiva y un atractivo turístico imperdible con la Ruta del Vino tucumano.

 

El Buen vivir: En Amaicha del Valle, existe la única Bodega Comunitaria de Sudamérica administrada por su pueblo originario. En homenaje a su historia y cultura la bodega está diseñada emulando las unidades habitacionales propias del período prehispánico. Siguiendo la técnica del pircado, los recintos son circulares e interconectados, tal como perfilan las casas de piedra original y hasta los restos que pueden observarse en los sitios arqueológicos.  Este estilo de construcción indígena está fuertemente caracterizado por la relación del hombre con la naturaleza, proveedora de las materias primas utilizadas. Tanto la bodega como implementación de viñedos se enmarcan en el buen vivir de los Amaichas, que en su concepción trata de reintegrar la relación de equilibrio entre el ser humano y la madre tierra como un todo. En la actualidad la bodega, posee dos etiquetas con nombre en lengua Cacán. “SumajKawsay” (El Buen Vivir), y “KusillaKusilla” (Ayúdame, sé generosa) expresión habitual en la invocación a la Pachamama.

 

La fuerza de la historia. De las guerras calchaquíes y de los habitantes diaguitas de este suelo se perciben en cada piedra de la Ciudad Sagrada de los Quilmes y es adonde todos quieren llegar cuando emprender una recorrida por la mítica Ruta 40.

Desde Amaicha en menos de media hora se llega por Rp 357 para acceder a la mítica RN 40 y desde allí, el camino es enripiado, pero en buen estado durante unos 5 kilómetros hasta llegar al sitio arqueológico, al pie del cerro Altos del Rey. A un lado y al otro hay arbustos y algarrobales, pero también de pronto, arenas blancas. Si, areniscas hasta alcanzar el espacio para estacionamiento. El centro de interpretación es muy novedoso por cuanto contiene cinco salas imperdibles. Entre ellas, un auditorio con pantalla gigante donde se proyecta un audiovisual donde participaron miembros de la comunidad Amaicha y relata la historia y el presente. Además, en la segunda sala, se extienden una “línea del tiempo” que narra los hechos de la historia en el mundo y la de los calchaquíes, lo que permite conocer que ocurría en diversos lugares mientras crecía este pueblo diaguita calchaquí, desde que llegaron los incas hasta los españoles y la actualidad. Contiguo, hay otro ambiente donde las audioguías acompañan al visitante con descripciones de la forma de vida calchaquí y, en otra sala, se pueden observar piezas arqueológicas. Casi terminando el recorrido por el museo, otro recinto expone el valor de la tierra y la labor comunitaria para su explotación sustentable y al final, un ámbito dedicado al concepto del cosmos y la naturaleza de la cultura andina. La Ciudad Sagrada de los Quilmes, es uno de los sitios arqueológicos más importantes del Norte argentino, que atrae visitantes de todo el mundo y convierten a la travesía en una experiencia que une pueblos, culturas e historias.

  

 

 Más y más

Fue en el 2010 cuando la familia Spaini junto con su esposa se enamoraron de este terruño y diseñaron su proyecto vitivinícola en unas 13 hectáreas con cepas Malbec y Cabernet Franc, luego con un torrontés ligero. Hoy llegan a las 120 hectáreas al pie del cerro de La Mina (4762,snm) donde se erige Finca Albarossa con su hotel boutique sinónimo de paraíso y relax y donde además, “pusimos olivos alrededor del hotel porque está relacionado con este cultivo en Italia”, dice el dueño que desde el establecimiento, en el kilómetro 4282 de la RN40, está muy cerquita de Amaicha del Valle, en Colalao del Valle y de la Ciudad Sagrada de Los Quilmes y sus etiquetas están creadas por el artista tucumano Enrique Salvatierra.

Los ceramistas, los textiles, las travesías en 4×4, cabalgatas, senderismo y los distintos recorridos llegan literalmente hasta el cielo, porque muy cerquita, a tan solo 24 Km. de la Ruta Nacional 40 tucumana, está Ampimpa con su observatorio astronómico, uno de los mejores para su observación en este 2021.

El Pichao, Talapazo y Colalao del Valle son parte del universo rutero en estos valles calchaquíes tucumanos donde el turismo rural, el turismo rural comunitario; ruta del vino, los productores de nueces, dulces artesanales y cada comunidad abre sus puertas para ofrecer momentos únicos plenos de cultura, historia y naturaleza.

Muchos viajeros intentan recorrer en un día esta travesía, pero los valles calchaquíes atrapan y sugieren disfrutar de la tranquilidad de cada lugar. Una mixtura imperdible entre el terruño, la arquitectura, los aromas, colores y sabores de este territorio que imprime la fuerza de la historia.

 

Más información: 

www.coe.tucuman.gov.ar
www.tucumanturismo.gob.ar

 

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FUENTE: TRADE PRESS

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